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sábado, 18 de agosto de 2012

Aproximación a Heráclito de Éfeso, el Oscuro.


Heráclito vivió en torno al siglo VI antes de nuestra era. No es un filósofo al estilo de los “nuevos físicos”, ni siquiera está en la línea de Pitágoras, algo más “místico” que aquellos, de hecho podríamos decir que no nos encontramos ante un filósofo, sino ante un sabio. No pretende mostrar una gran cantidad de conocimientos, su pretensión es más bien enseñar el camino hacia la verdad, hacia la esencia del mundo y su conocimiento, la sabiduría. Como muestra en el fragmento XXXV donde dice que “es necesario que los filósofos se informen de muchísimas cosas”, frente al fragmento XLI en el que podemos leer “pues una sola cosa es la sabiduría, conocer la inteligencia que gobierna todas las cosas”, podemos deducir que para nuestro autor no es lo mismo un filósofo que un sabio, saber muchas cosas no te asegura comprender la verdad (XLI). Los fragmentos de que disponemos son, en los mejores casos, de dudosa autoría referidos por autores no contemporáneos. Lo que hizo que Heráclito haya merecido el pseudónimo de “el Oscuro”. 

La oscuridad que muestra Heráclito se nos presenta con una función metodológica muy importante. Al igual que Descartes lo hiciera con su “duda metódica” o Sócrates con su mayéutica, podemos ver cómo Heráclito nos presenta los contrarios para sacar a la luz la realidad subsistente. En el fragmento LX nos dice que “el camino hacia arriba y el hacia abajo es uno y el mismo camino”. Lo que nos muestra su filosofía del devenir, su lucha de contrarios que son uno y el mismo, como dos formas de aparecerse el mismo hecho. Efectivamente, sin hacer un análisis muy exhaustivo, podemos afirmar que el camino es sólo uno para el caminante, ya vaya hacia arriba o hacia abajo, la dirección es sólo un matiz, el valor que le apliquemos dependerá de nuestro conocimiento sobre la naturaleza, de nuestra comprensión del “logos”. 

Este “logos” junto al “fuego” corresponden el pilar fundamental del pensamiento de Heráclito. El logos es el origen de todo, y el fuego es inteligencia y causa del gobierno de todas las cosas. La dualidad con la que percibimos la realidad es la causante de no llegar a comprender este “logos”, no poder despertar a su conocimiento. Nos dice en LXXXIX que “para los que han despertado hay un solo y mismo mundo, mientras que cada uno de los que aún duermen está vuelto hacia su propio mundo”. El hombre tiene la posibilidad de alcanzar el conocimiento del “logos”, de la sabiduría”, pero incomprensiblemente se estanca en ese estado de “niñez” en el que no se es capaz de elaborar nuestros propios razonamientos, en el que no somos capaces de conocer ni el “logos” ni a nosotros mismos. Nos muestra en II que “siendo el Logos común, la mayoría vive como si tuviera una inteligencia particular”. Ya que los hombres que están despiertos se nos presentan como dormidos. 

No es imposible acceder al logos sólo que no todos los hombres están dispuestos a vivir según este conocimiento. Todo lo contrario. Nos sigue guiando en otro fragmento y avisando de que “el nombre de Zeus admite y no admite proclamarse como la sabiduría” (XXXII). Efectivamente Zeus es sabiduría y no lo es, ser capaces de alcanzar este conocimiento es difícil por la misma condición humana que padece una de las enfermedades más especiales, “el pensamiento es una enfermedad sagrada” (XLVI). Al ser el Logos lo común, el origen de todo y el gobierno de todas las cosas, como el fuego, el hombre puede participar de esta comunión, pero prefiere seguir enjaulado o durmiendo sin abrir los ojos a la realidad, sigue en su obstinado mundo particular “aunque presentes están ausentes” (XXXIV). 

Heráclito, como buen maestro nos apunta que “es prudente escuchar al Logos, no a mí, y reconocer que todas las cosas son uno” (L), en esta advertencia hay un grado mayor de sabiduría humana, porque que el Logos sea tal o cual cosa no lo es por la autoridad de Heráclito, sino porque simplemente lo es. Y que Zeus pueda y no pueda ser la sabiduría no es más que una consecuencia de lo mismo, que sea y no sea, el hecho de que los hombres no sepamos reconocer a los dioses ni a los héroes, “y dirigen oraciones a las estatuas, como si alguien pudiera hablar con los edificios; pues no conocen quiénes son los dioses y los héroes” (V). Parece un aviso ante la religión instaurada en rituales sinsentido, fuera de toda realidad. Heráclito nos habla de dios, para el que “todas las cosas son bellas, buenas y justas, pero los hombres suponen que unas son injustas y otras justas” (CII). Quien parece ese mismo Logos que está en el origen, para el que lo que es no es bueno o malo, sino simplemente aparece, existe. Por eso Zeus, el dios, puede ser y no ser sabiduría, porque el error está en el juicio del hombre, casi siempre precipitado y cargado de orgullo. 

Es tal la disparidad y falta de unidad en los fragmentos que poseemos de Heráclito que parece tarea difícil intentar exponer una especie de “doctrina” heraclitiana. El acercamiento a los mismos debe hacerse siempre desde una perspectiva adecuada. Aunque hemos tratado de exponer las ideas fundamentales que podemos encontrar en cualquier manual, diccionario e introducción a esta obra que encontremos, lo que realmente merece la pena es reconocer la labor de este pensador en el mundo en que le tocó vivir y descubrir cómo sus preocupaciones y reflexiones no están tan alejadas del ser humano actual. El hecho de que compartamos la misma naturaleza, tanto humana como física, y sólo nos aleje el uso de la lengua, hacen de los fragmentos conservados de Heráclito una fuente inagotable de sabiduría y reflexión. Concluiremos repitiendo sus palabras “hay posibilidad par todo hombre de conocerse a sí mismo y ser sabio” (CXVI).

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