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miércoles, 9 de noviembre de 2016

Michel Onfray: un ejemplo de filósofo práctico



Es uno de los filósofos más leídos del momento, enfrentado a derecha e izquierda y a buena parte de los cenáculos culturales de París, en donde suele molestar la audacia de sus propuestas filosóficas. Pasa casi todo su tiempo en Caen. Allí dirige la Universidad Popular que fundó él mismo, y que no explica la filosofía, sino que la pone en práctica. Entre reyertas intelectuales -la más notable fue aquella sobre Sigmund Freud, a quien dedicó un ensayo sencillamente demoledor-, Michel Onfray, cuyo último libro, Pensar el Islam (Paidós), se publica ahora en España, se ha convertido en una voz única en Europa.
Le han llamado “fascista”, “antisemita” e “islamófobo”; lo han acusado de ser “compañero de viaje del Estado Islámico” y, al mismo tiempo, un aliado propicio de diversos movimientos populistas. Le han intentado ningunear llamándole demagogo. “Pero ‘demagogo’ -se defiende él- es el nombre que ahora le dan al puñado de demócratas que aún subsiste”. En Francia Michel Onfray (Argentan, 1959) es en algún sentido un paralelo filosófico del novelista Michel Houellebecq: tan polémico y tan leído como él.

Autor de la celebrada Contrahistoria de la Filosofía en varios tomos, considera Onfray que lo que no le perdona “la prensa políticamente correcta” (“quieren acabar conmigo”, dice) es su denuncia de la culpa que, según él, tiene la izquierda francesa en la emergencia del Frente Nacional de Marine Le Pen. El origen del éxito de este partido, dice, está en las “sucesivas traiciones” de Mitterrand a “la verdadera izquierda” (hay dos, asegura, una interior y otra exterior: la asunción del programa de austeridad de los conservadores en 1983 y el alineamiento “con el belicismo de la familia Bush” en 1991). “Ya se sabe que, cuando el sabio señala la luna, el necio mira el dedo -explica el filósofo francés en conversación con El Cultural-. Numerosos necios miran hoy el dedo, que es el populismo, e ignoran la luna, que es el desplome de la izquierda, en el totalitarismo por un lado y en el mercado, por el otro. Si se pretende luchar contra el populismo, hay que luchar contra lo que lo alimenta: en Francia, Le Pen es el puro producto de los socialistas”. Este contexto hostil es importante, pues explica por qué el ensayo que este 8 de noviembre publica Onfray en España, Pensar el Islam (Paidós), sale a la venta ahora y no hace un año, a pesar de que ya estaba entonces más que escrito. “Como a finales de 2015 me veía obligado a hablar cubierto de escupitajos, a pensar cubierto de insultos, a reflexionar cubierto de injurias, a analizar cubierto de invectivas, decidí posponer Pensar el islam, dado que la fecha prevista coincidía con la conmemoración del primer aniversario de los atentados de Charlie Hebdo”, explica el autor en el prólogo.

Uno de los vectores del pensamiento de Onfray, que se considera a sí mismo un pensador “libertario” y “hedonista”, es su crítica a todas las religiones, que reduce a meras ficciones. El filósofo se niega a admitir el recurrente argumento occidental de que “el terrorismo islámico no tiene nada que ver con el Islam”. Y se indigna: “¿Con qué tiene que ver entonces? ¿Ni siquiera es posible decir que tiene que ver con una desviación del Islam, con una desfiguración del Islam, con una lectura falsa y errónea del Islam? No, nada que ver, nos dicen”.

“Los medios dominantes repiten a coro -prosigue el autor de Estética del Polo Norte-, y con ellos la clase política, la cantinela de un Islam que es ‘religión de paz, de tolerancia y de amor’. ¡Es preciso no haber leído nunca el Corán, los hadices del Profeta y su biografía para atreverse a defender semejante cosa! Si uno aduce esos textos pasa por un literalista islamófobo. La publicación de mi Tratado de ateología hace diez años me mostró la magnitud del desastre. ¡Y al mismo tiempo la incultura de los que más que islamófilos son liberticidas!”

Pregunta.- Si todos los monoteísmos profesan, como usted afirma en sus libros, el mismo odio a nuestras pulsiones y pasiones, ¿por qué en las sociedades judeocristianas se ha logrado un respeto a esos derechos y pulsiones mayor que en las sociedades del Islam?

Respuesta.- Eso es sencillamente porque el Antiguo y el Nuevo Testamento son textos sagrados, es cierto, pero están redactados por hombres. Por eso se les puede criticar, enmendar, comentar e interpretar y se los puede hacer evolucionar sin cometer sacrilegios, mientras que el Corán, para aquellos que creen, es un texto directamente dictado por Dios al Ángel Gabriel. Es, por tanto, la palabra de Dios en sí misma. Y está fijada desde el siglo VII.
Dominación judeocristiana

P.- ¿No forman parte del hombre los temores y dudas que conducen a la religión?

R.- Desde luego. Creo que el miedo a la muerte dicta la ley y que se puede contestar a este miedo de dos maneras: con la religión, que propone las ficciones del más allá y afirma que la muerte no es una muerte sino una supervivencia que podemos alcanzar si vivimos como monjes. O con la filosofía, que afirma que no hay más que un mundo, el nuestro, y que hay que vivir de tal manera que, al desaparecer, no nos arrepintamos de nada. “Filosofar es aprender a morir”, como decía Cicerón citado por Montaigne. Yo creo en el poder y la utilidad de la filosofía.

P.- Vendió más de 200.000 ejemplares de su Tratado de Ateología en Francia. ¿Qué carencia de los lectores cree que vino a cubrir ese libro?

R.- La gente está harta de tener que elegir entre dos ficciones: la del Judeocristianismo y la del Islam. Así que desean escuchar un discurso escrito en una tradición, la de la Ilustración del siglo XVIII, que explique el mundo sin cuentos infantiles.

P.- En Contrahistoria de la filosofía arremete contra esa tradición, en gran medida impregnada de religión, que ensombreció a muchos autores.

R.- Claro, yo reivindico a los filósofos que, a lo largo de siglos de dominación judeocristiana, han sido olvidados, rechazados, despreciados o criticados con violencia y evidente mala fe, por la tradición idealista, espiritualista y religiosa. Quería hacer justicia con los perdedores.

P.- ¿No cree que el tiempo pone en su sitio las obras filósoficas o estéticas?

R.- No, el tiempo no tiene nada que decir si lo que predomina es la falsificación y la mentira. Veinte siglos de calumnias no pueden transformarse un día en una verdad. En algún momento, esta capa tiene que romperse para que descubramos que, detrás de ella, hay todo un mundo relegado a la basura de la historia por su incompatibilidad con la ideología dominante.

P.- “Se ha instalado una inmensa biblioteca entre los hombres y el cosmos, la naturaleza, lo real”, ha escrito. 

R.- Devolver la filosofía a la calle, sí, ¿pero cómo?R.- Devolver la filosofía a la calle no consiste en “hacer la calle”, como creen tantos filósofos jóvenes que lo que pretenden es hacer negocio con esta idea. La educación popular que yo defiendo propone lo contrario: no hay que rebajar la filosofía, ni a las personas -una terrible confusión izquierdista-, sino elevar a éstas a la altura de la filosofía. Hay que ir directamente al texto, dejarse de glosas y olvidarse de los libros que están más pendientes de los conceptos que del mundo en sí. Y hablar con simplicidad y claridad.

P.- ¿En qué momento se produce la mayor separación entre la filosofía y la sociedad?

R.- Con Sócrates la filosofía es popular: se dirige a los que están en el Ágora. Los romanos se dirigen igualmente a los que están en el Foro. Es con el Cristianismo cuando la filosofía se convierte en un asunto de curas encerrados en sus gabinetes, de técnicos anclados a sus escritorios, de profesores intoxicados por sus bibliotecas. Yo los llamo “los buscadores de tres pies al gato”. Algunos filósofos del Renacimiento devolvieron a la filosofía ese carácter popular. En Francia escribieron en francés y no en latín: pienso en Montaigne, o en Descartes, un siglo después. Toda la filosofía francesa de la Ilustración es legible y popular. Se vuelve técnica de nuevo con el Idealismo alemán y la Fenomenología alemana. La French Theory (Deleuze, Derrida, Foucault, Lacan, Althusser) fue el final de este fenómeno, una filosofía destinada a un puñado de discípulos fascinados por el lenguaje ilegible e incomprensible del gurú…

P.- ¿Y qué consecuencias tiene esto a pie de calle?

R.- La consecuencia es que estamos desorientados, que ya no sabemos que vivimos en el cosmos y no en los libros que explican el cosmos. Hoy accede mejor a la sabiduría un iletrado que la busca que un letrado perdido en sus manuscritos. Uno no es filósofo porque explique a un filósofo. Esa es una manía de los profesores de filosofía. Filosofar es pensar tu vida y vivir tu pensamiento.

P.- ¿Cree que habría llegado a esa conclusión de no haberse criado usted en el campo?

R.- No creo. El origen familiar de los filósofos es un elemento clave en su cosmovisión.

P.- “El poder sobre uno mismo es preferible al poder sobre los otros y sobre el mundo”, ha dicho. ¿Sería este un buen resumen de su pensamiento?

R.- Es una magnífica definición, sí. Es la definición del libertario.

P.- ¿Qué vínculo tienen en ese pensamiento libertario el hedonismo y el anarquismo?

R.- El hedonismo propone disfrutar la vida, pero añade que disfrutar no es legítimo si provoca la infelicidad del otro. El anarquismo es la forma política del hedonismo: propone alcanzar la mayor cota de felicidad posible para el mayor número posible de ciudadanos. Para llevarlo a cabo hay que intercambiar las viejas lógicas de “dominación / servidumbre” por otras como “cooperación / fraternidad”.

P.- ¿Tiene relación el ascenso de los extremismos políticos con el embrutecimiento que usted denuncia?

R.- Cuando el liberalismo dicta la ley por todas partes, la dicta también en los colegios, la cultura y los medios. Desde hace un cuarto de siglo, la sociedad produce en cadena individuos sin cultura, sin conocimiento, sin memoria, sin espíritu crítico. La izquierda y la derecha gubernamentales son igualmente responsables de este nihilismo generalizado.
“Amo a sancho panza”

P.- Ha publicado hace poco en Francia un libro sobre el Quijote. ¿Qué representa para usted el personaje de Cervantes?

R.- El título, Le réel n’a pas eu lieu (“La realidad no ha existido”) le dará una pista. Esa es la principal norma del Quijote. Don Quijote es el prototipo del intelectual que no ve la realidad ya que prefiere las ideas, aunque éstas distorsionen su experiencia. Allí donde hay molinos de viento, el obseso de las novelas de caballería ve caballeros amenazantes. Mi libro es una total declaración de amor a Sancho Panza, que es empírico, hedonista y materialista. Ve la realidad como es y se burla de las divagaciones de su amo.

P.- ¿Es la provocación un recurso legítimo del filósofo? ¿Ha sido usted conscientemente provocador para lanzar con más fuerza algunas de sus ideas?
 

R.- Me niego a ser considerado un provocador. Para mí un provocador es alguien que, al margen de sus ideas, solo pretende ser escuchado. Nunca he tenido ideas extremas. Solo he tratado de pensar en un mundo que prefiere creer en los ansiolíticos, los somníferos o los antidepresivos antes que en la fuerza del pensamiento. No es mi culpa si, en Francia, todo lo que sale del letargo intelectual se considera una provocación.

P.- ¿Cómo vivió la polémica que generó su libro sobre Freud? Los ataques fueron violentísimos, y por parte, además, de lectores de sus otros libros.

R.- A los psicoanalistas que, gracias a Freud, ganan mucho dinero que luego ocultan a hacienda, no les gustó que remitiese al texto en el que su héroe justifica esta práctica (Freud defendía el pago en efectivo por sesión). Tampoco les gustó que citara los textos en los que Freud alaba a Mussolini o a Dollfuss, el canciller fascista de Austria. No apreciaron que citase las cartas en las que Freud sostiene que hay que trabajar con los nazis para que el psicoanálisis sobreviva durante el Tercer Reich. Tampoco les gustó que me acordara del último Freud, el que reconoce que el psicoanálisis no cura pacientes, pero es una fórmula estupenda para ganar dinero. No les gustó nada, en fin, que citara a un Freud que ellos no leen, pues se dedican solo a venerarlo, un Freud que resulta ser un mentiroso, un falsificador y un intrigante. Por eso, en vez de refutar mis análisis, han preferido el ataque ad hominem y los insultos.

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