Friedrich
Nietzsche, el filósofo del martillo, aquel que se propuso como misión histórica
e intelectual la destrucción de los conceptos metafísicos sobre los que se
cimentó la cultura de occidente –el mismo que mató al dios cristiano y, por
extensión, eliminó la importancia de los dioses en la vida de los hombres–, el
filósofo del materialismo del cuerpo frente al idealismo de las mentes y las
almas, el pensador solitario de la tragedia y del superhombre… Ese filósofo
irreverente al que le sobran las razones transmundanas e inmateriales, acabó
instalando todas sus grandes ideas en el refugio teórico del tiempo eterno y la
repetición permanente de lo idéntico: todo
cuanto ha existido y existirá, todo cuanto es ahora, volverá a repetirse alguna
vez bajo la misma forma. Tú, que lees estas palabras ahora mismo. Y yo, que las
escribo. Ya hemos existido alguna vez y volveremos a existir siempre, idénticos
a como somos ahora, en el mismo sitio, en el mismo momento, con la misma apariencia
que ahora tenemos. Así de lapidarias suenan, a escuchas de quienes se
acercan a la filosofía de Nietzsche, las palabras que revelan la realidad del
eterno retorno.
Seguro que alguna vez has tenido
un déjà vu (sentir que ya has vivido
antes una experiencia del presente). La psicología incluye este fenómenos
dentro de las paramnesias del reconocimiento, perturbaciones que crean falsos
recuerdos o experiencias que el sujeto interpreta como si fueran reales. Ahora
bien, según la teoría del Eterno
Retorno, sentir que ya has vivido antes el momento presente puede ser
indicativo de que, efectivamente, alguna vez en mitad de la inmensidad del
tiempo, la misma configuración de la materia que se da ahora tan sólo es la
repetición de una configuración material que ya se dio en el pasado. Y que
volverá a darse otra vez, en algún momento (en infinitos momentos), en el
futuro.
La teoría del eterno retorno de
lo idéntico es, a la vez, una de las expresiones más complejas, oscuras y
bellas de la filosofía nietzscheana. ¿Qué es el tiempo? ¿Cómo fluye? ¿Cuál es
nuestro papel como habitantes de sus ciclos vigorosos? El tiempo es un círculo donde pasado y presente se dan a la vez, en lo
ilimitado, formando parte de una misma cosa. El tiempo es como una serpiente
que, al morderse la cola, sitúa pasado y presente en un mismo comienzo y final.
El círculo del tiempo es pensado como una onda intramundana, como un anillo de
momentos temporales, de “ahoras”: todo cuanto acontece lo hace en el presente,
en el pasado y en el futuro; a la vez y siempre, eternamente.
Nosotros no tenemos por ahora
ningún concepto ni ninguna representación que pertenezcan al tiempo mismo.
Todos nuestros conceptos temporales tienen una orientación intramundana; no
pensamos el todo del tiempo… Pensamos los momentos temporales. Tal vez el
pensar la totalidad universal del tiempo resulta posible tan sólo apartándonos
constantemente, por así decirlo, de representaciones temporales.
¿Qué significa eternidad del
tiempo? Eternidad del tiempo pasado, eternidad del tiempo presente y eternidad
del tiempo futuro. Si detrás del ahora yace una eternidad, entonces cada una de
las cosas que pueden correr, ¿no tendrá que haber recorrido ya, alguna vez,
este espacio que recorremos ahora? No es
posible, en modo alguno, un pasado infinito como una cadena infinita de
acontecimientos siempre nuevos; si existe un pasado infinito, entonces lo que
puede en absoluto suceder ha tenido que haber sucedido ya; nada puede
faltar en él, estar todavía por venir, no haber sido ya, en algún momento: una
eternidad pasada no puede ser imperfecta, en ella no puede faltar nada. El tiempo no puede tener ya nada fuera de
sí mismo: todo cuanto puede ocurrir, todo lo posible, debe haber ocurrida ya en
algún momento. La eternidad del pasado exige que haya sucedido ya todo lo que
puede suceder, que haya transcurrido ya un tiempo total. De igual manera, un
futuro infinito, eterno, exige que en él transcurran todos los acontecimientos
intratemporales. Si el pasado y el futuro son concebidos como eternidades,
entonces debemos entenderlos como el tiempo total incluyendo todo su posible
contenido temporal: hechos, acontecimientos, seres, estados de cosas;
realidades posibles.
Todas
las cosas, todo lo intratemporal, todo lo que transcurre dentro del tiempo,
tiene que haber transcurrido ya siempre y volver a transcurrir una vez más en
el futuro, si es que el tiempo es, como pasado y como futuro, el tiempo total. El retorno de lo mismo se basa
en la eternidad del curso del tiempo. Todo tiene que haber existido ya, todo
tiene que volver a ser. Tal y como dice Nietzsche en Así habló Zaratustra en una de las conversaciones que mantiene con
el enano que lleva sobre el hombro y que representa su soledad y su consciencia
de sí mismo y de todo lo real:
¡Mira
–continué diciendo- este instante! Desde este portón llamado “instante” corre
hacia atrás una calle larga, eterna; a nuestras espaldas yace una eternidad. Cada
una de las cosas que pueden ocurrir, ¿no tendrá que haber ocurrido, haber sido
hecha, haber transcurrido ya alguna vez? Y si todo ha existido ya, ¿qué piensas
tú, enano, de este instante? ¿No tendrá también este portón que haber existido
ya? Este instante arrastra tras de sí todas las cosas venideras, incluso se
arrastra a sí mismo… Pues cada una de las cosas que pueden correr, ¡también por
esa larga calle hacia adelante tiene que volver a correr una vez más! Y esa
araña que se arrastra con lentitud a la luz de la luna, y tú y yo, cuchicheando
ambos junto a este portón, cuchicheando de cosas eternas; ¿no tenemos todos
nosotros que haber existido ya? Y venir de nuevo y correr por aquella otra
calle, hacia adelante, delante de nosotros, por esa larga, horrenda calle, ¿no
tenemos que retornar eternamente? (Friedrich
Nietzsche; “Así habló Zaratustra”).
Explicación
físico-matemática de la teoría del Eterno Retorno.
El punto de partida es el
siguiente: el tiempo es eterno, siempre
ha sido y siempre será; pero las posibilidades de combinación de la materia, en
cambio, son limitadas. El número de posibilidades es incalculable, sí; pero
limitado, al fin y al cabo. Esto quiere decir que si el tiempo es,
efectivamente, eterno e ilimitado, alguna vez a lo largo de esa eternidad se
tendrán que repetir, forzosamente, las mismas combinaciones de la materia que
ya se han dado alguna vez. Todo cuanto puede ser, todo lo posible, ha sido ya
alguna vez y volverá a serlo otras veces; y todo se repetirá de modo
idéntico a como es ahora, hasta el más mínimo detalle…
Imagina que lanzamos una moneda
al aire. Al caer, podemos obtener dos resultados: cara (C) o cruz (X).
Repetimos el lanzamiento hasta un total de cuatro veces y obtenemos la
siguiente combinación: CCXC.
T1├ CCXC
Hemos obtenido una de las
posibles combinaciones (de un total de 16 posibilidades), lo cual quiere decir
que si repetimos la tanda inicial (T1) de cuatro lanzamientos podremos
volver a obtener el mismo resultado o cualquiera de los otros quince; es decir,
el resultado de la tanda 2 puede ser igual al de la tanda 1 o distinto al de la
tanda 1:
T2 ├ T1 ˅ ¬T1
Si lanzamos una tercera tanda (T3),
podremos obtener el mismo resultado que obtuvimos en la primera tanda o el
mismo resultado que obtuvimos en la segunda tanda o un resultado distinto al de
las tandas 1 y 2:
T3 ├ T1 ˅ T2 ˅ ¬(T1 ˄ T2)
Si repetimos el ejercicio hasta
un total de 16 tandas (número máximo de posibles combinaciones) será posible,
aunque poco probable, que ninguna combinación se haya repetido hasta ese
momento; pero si hacemos un lanzamiento más (T17) podemos estar
seguros de que se repetirá necesariamente alguna de las dieciseis posibles
combinaciones. ¿Cuánto tiempo necesitaremos para ver repetida la misma
combinación? Poco, porque las posibles combinaciones también son pocas… Cinco minutos,
tal vez. Para este caso, no mucho más.
Imaginemos ahora un segundo
experimento: extraemos las 12 figuras de una baraja española (4 reyes, 4
caballos y 4 sotas), las mezclamos y las ponemos en fila sobre la mesa.
Supongamos que se obtiene la siguiente combinación:
Ro So Sb Cc Rc Ce
Se Rb Sc Re Cb Co
Para este experimento existen
muchísimas más combinaciones posibles que para el experimento anterior
(recordemos que para las monedas había 16 posibilidades). En concreto
tendremos: P12 = 12! = 479.001.600
combinaciones de cartas posibles.
Esto quiere decir que si
repetimos 479.001.601 veces el experimento de mezclar y poner sobre la mesa las
mismas doce cartas (es decir, el número total de posibilidades más una),
necesariamente se repetirá alguna de las combinaciones que ya habíamos obtenido
antes. ¿Cuánto tiempo necesitaremos esta vez para asegurarnos esta repetición?
Calculando que cada tirada se llevaría unos 30 segundos (apróx.), tardaremos…
¡cerca de 455 años! Demasiado tiempo para una persona, mas no para la
eternidad.
Ahora bien, ¿cuántas posibles combinaciones
puede tener la materia existente en todo el universo? Lógicamente, se trata de
una pregunta cuya respuesta exacta no está al alcance de nuestra mano. Eso sí:
serán muchísimas, no cabe duda. Muchísimas, pero no infinitas. Digamos que existen p combinaciones posibles para toda la materia que hay en el
universo. Pues bien, en el momento en el que tras combinar y recombinar átomos
y más átomos alcancemos la posibilidad p+1
podremos estar completamente seguros de que alguno de los posibles estados de
cosas que ha existido alguna vez, volverá a repetirse de modo idéntico a como
ya lo hizo en su día.