viernes, 19 de octubre de 2012

El animal simbólico de Ernst Cassirer

 Los símbolos son representaciones sensibles de ideas, y las ideas son representaciones subjetivas de diferentes tipos de realidades. Estas representaciones, tanto las simbólicas como las ideales, pueden ser compartidas por un grupo humano hasta otorgarles cierto grado de eso que llamamos objetividad, y que no es más que la tendencia de lo simbólico a la universalización: los símbolos pueden y deben ser compartidos, ya que sólo así pueden llegar a funcionar como tales. Los símbolos son una parte esencial de la comunicación humana y, como tal, se pueden transmitir de unos individuos a otros, de unos grupos a otros, de unas tradiciones a otras… Y es, precisamente, en este movimiento continuo, donde lo simbólico adquiere su plenitud de significado. Porque la importancia del símbolo no reside tanto en transmitir una imagen cerrada, un mensaje unidireccional o un dogma estático, como en enriquecerse con las vivencias, reflexiones y opiniones de todos aquellos que comparten un imaginario común. Cada sujeto reinterpreta lo simbólico a la luz que, previamente, esos mismos símbolos han arrojado sobre las cosas y sobre sí mismos, de forma que el círculo de lo simbólico se cierra constantemente sin llegar a detenerse nunca. Desde esta perspectiva, los símbolos son algo vivo y en constante evolución, una realidad inmaterial que nace para instalarse en el consciente colectivo y reinterpretar la realidad continuamente bajo una óptica cada vez más compleja.

Decía Cassirer  que el ser humano es un animal simbólico, lo que quiere decir que pensamos y actuamos simbólicamente. A base de símbolos, vamos construyendo un universo propio que va más allá del mundo físico captado por nuestros sentidos. Este universo simbólico se acaba convirtiendo en el verdadero hogar del ser humano, el cristal desde el que miramos hacia el mundo físico, la tierra sobre la que germinan las diferentes culturas y el vehículo de nuestro progreso o retroceso, según el caso. Lenguaje, mitología, música, arte, religión… todas ellas, y muchas más, son representaciones de ese mundo interior que sólo sale a la luz a través de lo simbólico al mismo tiempo que dan forma a la red con la que capturamos nuestras percepciones de lo real. Pensamos el mundo, lo simbolizamos y compartimos esos símbolos con los demás. Somos autores de un mundo humanizado donde nos sentimos cómodos y seguros ante la intuición de lo desconocido, ante lo que escapa a nuestro control. Desde el mismo momento en que el ser humano comenzó a habitar en este mundo cultural, los símbolos ejercieron sobre las personas una influencia tan fuerte que aún perdura, en algunos casos, varios miles de años después de que aparecieran los primeros microorganismos del universo humano cultural. Los mismos símbolos que las personas utilizaron para construir una realidad acorde a sus propias dimensiones serían los encargados de modificar las identidades individuales y colectivas de manera irreversible. En la construcción del mundo dimos forma a nuestra propia identidad, esa identidad quedó a merced de las variaciones de lo simbólico y cada símbolo apareció como una nueva creación que demostraba la existencia de múltiples identidades cambiantes. Las posibilidades eran infinitas. Así, como consecuencia, dibujamos un círculo a nuestro alrededor y lo hicimos crecer con cada nuevo giro que daba. Y, mientras tanto, nuestra manera de ver el mundo giraba al mismo ritmo que la rueda de los símbolos.

El animal simbólico abre una nueva perspectiva antropológica que rompe con el raciocentrismo clásico. El animal racional de Aristóteles se convierte, a través de este nuevo punto de vista, en un animal capaz de representar y comunicar el mundo a través de símbolos. Y, lo más importante, un animal que no sólo crea símbolos sino que también vive en ellos. Ya no somos animales cuya característica principal es la razón, sino que, además, ahora también somos capaces de crear y descifrar símbolos. Ahora bien, esta capacidad para lo simbólico implica de manera necesaria la capacidad de razonar: somos animales simbólicos porque previamente somos racionales; creamos e interpretamos signos porque somos capaces de pensar en ellos; trazamos los límites de nuestro mundo humano y simbólico porque somos capaces de imaginarlo. Es decir: somos capaces de representar el mundo a base de símbolos porque previamente hemos sido capaces de pensarlo y, en la medida de nuestras capacidades, comprenderlo. Los símbolos son nuestra herramienta y nuestro lenguaje. Y sin ellos quedaríamos abocados a los impensables peligros que nos depara la jungla del caos y la irracionalidad.

por Francisco García Morales
Profesor de Filosofía