miércoles, 29 de julio de 2015

HUME. Tema I. La experiencia como origen del conocimiento. [Historia de la Filosofía, 2º de Bachiller]



El problema sobre el origen del conocimiento, sus fundamentos y sus límites, es una cuestión común de la Modernidad. Se produce un importante giro de la filosofía, que convierte al ser humano en el objetivo de sus reflexiones. La reflexión sobre la realidad, el ser, lo trascendente… pasa así a un segundo plano. En este intento por elaborar una ciencia del hombre, Hume llevará a cabo sus investigaciones sobre la naturaleza humana y sobre el entendimiento humano. Su punto de partida será la defensa y desarrollo de los principios empiristas y su crítica radical al innatismo.

Las tesis empiristas consideran que la experiencia sensible es el punto de partida de nuestro conocimiento. Se oponen así al innatismo de los racionalistas, quienes pensaban que el ser humano posee una serie de ideas innatas a partir de las cuales, al margen de lo sensible, nuestra razón es capaz de alcanzar el conocimiento. Para los empiristas, en cambio, nuestra mente es como una hoja en blanco sobre la cual vamos escribiendo al ritmo que nos marcan nuestras experiencias.

Todo contenido mental es, para Hume, una percepción. Estas percepciones se dividen en dos: impresiones, cuando son el resultado de sentir, e ideas, cuando son el resultado de pensar. Esto supone una novedad con respecto a otros autores anteriores que, como Descartes o Locke, llamaban idea a cualquier contenido de nuestra mente, de modo que la distinción entre aquellas ideas que proceden de la experiencia y aquellas otras que proceden del pensamiento no quedaba del todo clara.

a) IMPRESIONES. Son los datos de nuestra experiencia: los sentidos (impresiones de sensación), las emociones y las pasiones (impresiones de reflexión). Llegan a nuestra conciencia con mayor fuerza y vivacidad que las ideas, de un modo más claro y directo. En ellas encontramos el origen de nuestro conocimiento, ya que para Hume, como buen empirista, todo conocimiento procede de la experiencia.

Hay dos tipos de impresiones:

1. Impresiones de sensación. Son los elementos de la experiencia externa. Se perciben por los sentidos y tienen su origen en el mundo exterior. En ellas incluimos todo tipo de sensaciones: calor-frío, dolor-placer, colores, sonidos, sabores, texturas, tamaños, formas… Estas impresiones van dejando en nuestra mente huellas o copias del original que, más tarde, nuestra memoria y nuestra imaginación serán capaces de recrear, dando lugar a las correspondientes ideas de calor-frío, dolor-placer, colores…

2. Impresiones de reflexión. Son los elementos de la experiencia interna. Son las emociones y las pasiones que se despiertan en nuestra mente cuando pensamos en algo. Las ideas de calor-frío, por ejemplo, no nos calientan ni nos enfrían pero sí pueden despertar en nosotros el deseo de calentarnos o refrescarnos. Se trata de la mente percibiéndose a sí misma.

b) IDEAS. Son copias de las impresiones, imágenes o huellas debilitadas que van quedando en nuestra mente como un rastro de la experiencia.

Al igual que ocurre con las impresiones, también existen dos tipos de ideas:

1. Ideas de la memoria. Son reproducciones fieles de las impresiones, que aparecen en nuestra mente tal y como se dieron en la experiencia.

2. Ideas de la imaginación. Se forman por asociación o alteración de nuestras ideas de la memoria.

Básicamente, la distinción entre impresiones e ideas se corresponde con la diferencia que existe entre la percepción del dolor cuando nos damos un golpe y la percepción de ese mismo dolor cuando recordamos, más tarde, el golpe que nos hemos dado.

Tanto las impresiones como las ideas pueden subdividirse en simples y complejas: las impresiones e ideas simples son aquellas que no pueden descomponerse en otras impresiones e ideas más sencillas; las impresiones e ideas complejas, por su parte, estarían formadas por la suma de dos o más impresiones o ideas simples. Veamos esto con el siguiente ejemplo:

-Impresión simple 1. Color blanco de una superficie cubierta por la nieve.
-Idea simple 1. Recuerdo del color blanco.

-Impresión simple 2. Formas cubiertas por la nieve, tales como edificios, coches, árboles…
-Idea simple 2. Recuerdo de las formas anteriores.

-Impresión compleja. Una ciudad nevada.
-Idea compleja. Recuerdo de una ciudad nevada.

Ahora bien, ¿de qué modo asociamos ideas en nuestra mente? Hume opina que existe una fuerza parecida a la atracción gravitatoria que afecta a los cuerpos, y dicha fuerza afectaría a las ideas de un modo parecido. Para explicar esto, establece tres principios o leyes de asociación entre ideas:

I. Semejanza. Asociamos ideas que tienen cierta semejanza entre sí. Una imagen en una fotografía, por ejemplo, nos conduciría al modelo original de esa foto. Del mismo modo, la idea de caballo puede conducirnos a la idea de cebra por el parecido existente entre estos dos animales.

II. Contigüidad espacio-temporal. Las ideas también pueden asociarse por encontrarse próximas en el tiempo o en el espacio; es decir, cuando las ideas relacionadas se corresponden con impresiones que han ocurrido en un mismo lugar o en un mismo momento (o en lugares y momentos cercanos). El recuerdo de un viaje a África puede traer a mi memoria el recuerdo de las cebras que había allí, ya que ambas ideas están relacionadas con impresiones que ocurrieron en un mismo momento y en un mismo lugar.

III. Causalidad. Entre las ideas también existe una relación de causa y efecto, de modo que el recuerdo de una puede conducirnos a la otra. Si recuerdo una lesión que me hice hace tiempo, puedo asociar esa idea tanto a su causa (una caída) como a su efecto (el dolor que me provocó). Entre cada una de estas tres ideas existe una relación de causalidad que se podría extender a lo largo de una cadena más larga de causas y efectos. 

La experiencia es la única fuente válida para el conocimiento. O, dicho de otro modo, no podemos conocer nada que esté más allá de la experiencia. Así, la experiencia es a la vez origen y límite del conocimiento, ya que sólo conocemos a partir de ella y nunca más allá de ella.

Cada idea que hay en nuestra mente, ya sea simple o compleja, tiene su origen en una impresión determinada. Incluso aquellas ideas complejas que provienen de la asociación de distintas ideas simples (recordemos que las ideas se asocian entre sí siguiendo los principios de semejanza, contigüidad espacio-temporal y causalidad) proviene, en última instancia, de las impresiones simples que dieron origen a dichas ideas simples. Cuando esto no es así, cuando una idea determinada no tiene su correspondiente impresión previa, nos encontramos ante una palabra vacía, un término metafísico, una abstracción sin contenido real, una ficción que no nos aporta ningún conocimiento.

Este planteamiento es lo que se conoce como principio de copia, y será empleado por los empiristas como criterio para determinar si un conocimiento tiene o no alguna validez. Una idea es válida sólo cuando podemos determinar qué impresión está en su origen. En caso contrario, la idea no tendrá validez epistemológica y quedará reducida a simple ficción metafísica. Por lo tanto, las impresiones son los átomos que componen la materia de nuestro conocimiento.

Hume aportará dos argumentos para defender este principio:

1) Es imposible tener ideas que no provengan de la experiencia. Las ideas innatas no existen. Incluso cuando tenemos ideas compuestas muy elaboradas y alejadas de su correspondiente impresión compuesta, éstas siempre se pueden analizar en ideas simples que tienen su origen en impresiones simples. Por ejemplo, podemos tener la idea compuesta de un “dragón que escupe fuego”; obviamente, jamás hemos experimentado la impresión compuesta correspondiente a ese hipotético dragón; pero, si indagamos lo suficiente, podemos descomponer dicha idea compuesta en otras ideas más simples, cada una de las cuales está relacionada con su correspondiente impresión simple: “fuego”, “reptil”, “tamaño”… Las ficciones, por lo tanto, al margen de su falta de validez como conocimientos, también tienen su origen último en la experiencia.

2) Las ideas siempre son copias de impresiones. Si una persona carece de un sentido, es imposible que adquiera las ideas propias de ese sentido (una persona ciega no puede tener ideas de colores o formas). Así mismo, si alguien nos habla de un objeto que jamás hemos visto o experimentado no seremos capaces de hacernos una idea acertada de dicho objeto (si no conocemos la txalaparta, instrumento típico del folk vasco, no sabremos qué forma tiene, ni cómo se toca, ni cuáles son los sonidos que emite). Y por último, tampoco somos capaces de tener ideas correspondientes a sentidos o facultades propias de otra especie (por más que nos esforcemos, jamás sabremos cómo son los colores infrarrojos o ultravioletas, del mismo modo que no podremos imaginar cómo son los ultra e infra sonidos).

Además del principio de copia, Hume añade otro principio que nos ayuda a clarificar la validez de nuestros conocimientos: este principio se conoce como horquilla de Hume.

Según la horquilla de Hume, existen dos tipos de conocimiento: relaciones de ideas y cuestiones de hecho.

1) Relaciones de ideas. Son enunciados propios de las ciencias formales, como la Lógica o las Matemáticas. Pueden ser de dos tipos: intuitivamente ciertos o demostrativamente ciertos. Su verdad no depende de la experiencia ni de los sentidos, sino de las relaciones entre las distintas ideas que forman el enunciado. La razón funciona, por lo tanto, al margen de la experiencia, aunque en última instancia las ideas que investiga tienen su origen en ella. Las relaciones de ideas deben cumplir con el principio de no contradicción y se trata de verdades necesarias y a priori.

Ejemplo: El todo es mayor que las partes.

2) Cuestiones de hecho. Son enunciados propios de las ciencias naturales y sociales, así como también la mayoría de los enunciados de nuestra vida cotidiana. Su veracidad depende de la experiencia, de modo que debemos recurrir a los sentidos para comprobar si son verdaderas o falsas. Se refieren, por lo tanto, a hechos que pueden ocurrir o no, de modo que no son necesarios sino probables. Son a posteriori y pueden incumplir el principio de no contradicción.

Ejemplo: El sol saldrá mañana / El sol no saldrá mañana. Cualquiera de las dos cosas podría ocurrir (es decir, una y su contraria), y que sean o no verdad va a depender de los hechos y de nuestra experiencia. 

Francisco García Morales
Profesor de Filosofía 

HUME. Noción II. Límite del pensamiento y principio de copia. [Historia de la Filosofía, 2º de Bachiller]



La experiencia es la única fuente válida para el conocimiento. O, dicho de otro modo, no podemos conocer nada que esté más allá de la experiencia. Así, la experiencia es a la vez origen y límite del conocimiento, ya que sólo conocemos a partir de ella y nunca más allá de ella.

Cada idea que hay en nuestra mente, ya sea simple o compleja, tiene su origen en una impresión determinada. Incluso aquellas ideas complejas que provienen de la asociación de distintas ideas simples (recordemos que las ideas se asocian entre sí siguiendo los principios de semejanza, contigüidad espacio-temporal y causalidad) proviene, en última instancia, de las impresiones simples que dieron origen a dichas ideas simples. Cuando esto no es así, cuando una idea determinada no tiene su correspondiente impresión previa, nos encontramos ante una palabra vacía, un término metafísico, una abstracción sin contenido real, una ficción que no nos aporta ningún conocimiento.

Este planteamiento es lo que se conoce como principio de copia, y será empleado por los empiristas como criterio para determinar si un conocimiento tiene o no alguna validez. Una idea es válida sólo cuando podemos determinar qué impresión está en su origen. En caso contrario, la idea no tendrá validez epistemológica y quedará reducida a simple ficción metafísica. Por lo tanto, las impresiones son los átomos que componen la materia de nuestro conocimiento.

Hume aportará dos argumentos para defender este principio:

1) Es imposible tener ideas que no provengan de la experiencia. Las ideas innatas no existen. Incluso cuando tenemos ideas compuestas muy elaboradas y alejadas de su correspondiente impresión compuesta, éstas siempre se pueden analizar en ideas simples que tienen su origen en impresiones simples. Por ejemplo, podemos tener la idea compuesta de un “dragón que escupe fuego”; obviamente, jamás hemos experimentado la impresión compuesta correspondiente a ese hipotético dragón; pero, si indagamos lo suficiente, podemos descomponer dicha idea compuesta en otras ideas más simples, cada una de las cuales está relacionada con su correspondiente impresión simple: “fuego”, “reptil”, “tamaño”… Las ficciones, por lo tanto, al margen de su falta de validez como conocimientos, también tienen su origen último en la experiencia.

2) Las ideas siempre son copias de impresiones. Si una persona carece de un sentido, es imposible que adquiera las ideas propias de ese sentido (una persona ciega no puede tener ideas de colores o formas). Así mismo, si alguien nos habla de un objeto que jamás hemos visto o experimentado no seremos capaces de hacernos una idea acertada de dicho objeto (si no conocemos la txalaparta, instrumento típico del folk vasco, no sabremos qué forma tiene, ni cómo se toca, ni cuáles son los sonidos que emite). Y por último, tampoco somos capaces de tener ideas correspondientes a sentidos o facultades propias de otra especie (por más que nos esforcemos, jamás sabremos cómo son los colores infrarrojos o ultravioletas, del mismo modo que no podremos imaginar cómo son los ultra e infra sonidos). 

Francisco García Morales
Profesor de Filosofía 

lunes, 27 de julio de 2015

Revolución liberal en el reinado de Isabel II. Carlismo y guerra civil. Construcción y evolución del Estado liberal. [Historia de España, 2º de Bachiller]



A. Introducción

Durante el reinado de Isabel II se consolidó el Estado liberal y nacional en España. También se potenció un proyecto de economía nacional que se desarrolla durante todo el siglo XIX. En el gobierno se alternan, de manera conflictiva, progresistas y moderados. Las masas populares no llegan a formar parte de estos gobiernos, por lo que nunca se integran en la política.

La oposición frontal ante las nuevas formas de gobierno viene del bando carlista, que fue el gran derrotado, a nivel político y militar, del siglo XIX. Como resultado de esta oposición se desencadenaron las Guerras Carlistas entre:

a) Isabelinos: partidarios de Isabel II, hija de Fernando VII, y su régimen liberal.

b) Carlistas: partidarios de Carlos, hermano de Fernando VII, y su régimen absolutista y tradicionalista.

B. Desarrollo

1. Las guerras carlistas

Los carlistas son los principales representantes del absolutismo frente al régimen liberal de Isabel II. Quieren regresar a las formas de gobierno del antiguo régimen y eliminar todo rastro de liberalismo.

Las causas de este prolongado conflicto fueron las siguientes:

1. Cuestión sucesoria. Tras la muerte de Fernando VII se genera un debate sobre quién debe ocupar el trono español:

a) ISABELINOS. Apoyan a la reina Isabel II, hija de Fernando VII. La Ley Sálica, según la cual sólo un hombre puede heredar el trono español, había sido abolida por la Pragmática Sanción de Fernando VII.

b) CARLISTAS. Apoyan al hermano de Fernando VII, Carlos V, como nuevo rey de España. Los carlistas basaron su proyecto en la Ley Sálica (derogada por Fernando VII mediante la Pragmática Sanción), según la cual las mujeres no pueden ocupar el trono de la corona española. Tras la muerte de Carlos, el proyecto carlista estuvo encabezado por su hijo y su nieto: Carlos VI y Carlos VII, según los carlistas.

2. Enfrentamiento ideológico. Los isabelinos representan la tendencia liberal y los carlistas representan la tendencia absolutista.

a) ISABELINOS. Defensores del liberalismo. Política centralizadora que busca la uniformidad territorial. Defensores del laicismo (el Estado no debe ser católico). Libertades políticas, sociales y económicas. Apertura a lo moderno.

b) CARLISTAS. Defensores del absolutismo y enemigos radicales del liberalismo. Defienden el tradicionalismo, el antiguo régimen y la monarquía absoluta de origen divino. Mantenimiento de los fueros y los privilegios tradicionales. Su lema dice “Dios, patria y rey”. Cerrados en lo antiguo.

3. Respaldo social. La guerra civil fue posible porque ambos bandos contaban con un amplio respaldo social y político.

a) ISABELINOS. Fueron apoyados por la burguesía, trabajadores de las ciudades, altos cargos eclesiásticos y la mayor parte del ejército. En definitiva, son apoyados por aquellos sectores sociales interesados en la apertura y modernización del país. En el plano internacional son apoyados por la Cuádruple Alianza (1834), que agrupa a Francia, Portugal y Reino Unido.

b) CARLISTAS. Fueron apoyados por los campesinos (sobre todo pequeños propietarios que temen perder sus tierras y convertirse en jornaleros), baja nobleza del norte de España, clero rural y conservador, artesanos, algunos oficiales del ejército… por todos aquellos sectores, en definitiva, que quieren conservar sus privilegios y temen la llegada de los nuevos tiempos. Son importantes los siguientes apoyos: por parte de todo el ámbito rural y por el País Vasco, Navarra, Cataluña y Castilla; quieren conservar sus fueros (costumbres tradicionales), defendidos por los carlistas. En el plano internacional reciben el apoyo de Austria, Prusia, Rusia, Nápoles y los Estados pontificios (papado).



I. PRIMERA GUERRA CARLISTA (1833-1840)

Se desarrolla a lo largo de cuatro etapas:

1. Formación del foco de insurrección vasconavarro (1833-1835). Los carlistas intentan provocar una insurrección generalizada en todo el país. Los principales núcleos carlistas son reprimidos por el ejército isabelino y se inicia la guerra civil. Hay una zona de resistencia en el País Vasco y Navarra, donde el coronel carlista Tomás de Zumalacárregui formó el primer ejército carlista a partir de los núcleos guerrilleros ya existentes. Intenta tomar las principales capitales vasconavarras pero fallece en el asedio de Bilbao.

2. Expediciones nacionales (1836-1837). Los carlistas controlaban las zonas rurales del País Vasco y Navarra, y deciden organizar dos expediciones para extender su control a otras zonas: la Expedición Gómez (1836) y la Expedición Real (1837). Quieren extender su revuelta al resto de ciudades del país, pero vuelven a fracasar al ser derrotados por el general Espartero en un nuevo intento por conquistar Bilbao.

3. Iniciativa isabelina y Convenio de Vergara (1837-1839). El ejército isabelino, dirigido por el general Espartero, pasa a la ofensiva. Y el general Maroto, líder de las tropas carlistas, quiere negociar el final de la guerra. Mediante el Convenio de Vergara se puso fin a la guerra en el País Vasco y Navarra. Espartero y Maroto sellaron el acuerdo con un abrazo y los militares carlistas fueron integrados al ejército isabelino respetando su gradación de origen. La cuestión de los fueros, defendida por los carlistas, será tratada en las Cortes como una cuestión de interés nacional. Carlos María Isidro no está de acuerdo con el pacto y se refugia en Francia.

4. Final de la guerra en el Maestrazgo (1839-1840). Una parte del ejército carlista, liderada por el general Cabrera, se niega a aceptar el Convenio de Vergara y decide continuar la guerra por su cuenta. El general Espartero conquistó Castellón, principal zona de resistencia carlista tras la caída del País Vasco y Navarra, y las tropas carlistas huyeron a Francia a través de los Pirineos.


II. SEGUNDA GUERRA CARLISTA (1846-1849)

Se desarrolla en Cataluña a partir del matrimonio frustrado entre Isabel II y su primo, el pretendiente al trono Carlos VI (hijo de Carlos María Isidro, primer pretendiente carlista al trono español). Este matrimonio, planeado de antemano, habría puesto fin al pleito dinástico entre isabelinos y carlistas. Los carlistas son liderados por el general Cabrera y reciben el apoyo de los guerrilleros republicanos (contrario tanto a Isabel II como a Carlos VI). Finalmente son derrotados por el ejército isabelino.


III. TERCERA GUERRA CARLISTA (1872-1876)

Se desarrolla en la zona de tradicional influencia carlista: País Vasco, Navarra y Cataluña. El nuevo pretendiente al trono en el bando carlista era Carlos VII, nieto del primer pretendiente carlista (Carlos María Isidro). Se vuelve a intentar la conquista de Bilbao y la extensión del área carlista a otras zonas de España, pero la restauración borbónica de 1875 (tras la I República) recibe el apoyo decidido de la derecha monárquica española. El carlismo ha sido definitivamente derrotado.

2. Isabel II y la organización del régimen liberal

El antiguo régimen desaparece en España de una manera gradual y progresiva para dar paso a las nuevas formas de gobierno liberal. Isabel II subió al trono cuando todavía era menor de edad, por lo que su reinado se divide en dos períodos marcados por esta circunstancia.

A) MINORÍA DE EDAD (1833-1843). Isabel II no puede reinar durante este período por ser menor de edad. La regencia de la corona tendrá dos épocas: regencia de su madre, María Cristina (1833-1840), y regencia del general Espartero (1840-1843).

I. (1833-1835) Transición entre el Estado absolutista de Fernando VII y el Estado liberal de Isabel II

-ESTATUTO REAL (1834). Texto jurídico planteado como tercera vía entre liberalismo y absolutismo.

El gobierno está compuesto por monárquicos reformistas y liberales moderados que quieren suprimir las normas económicas del antiguo régimen e introducir sólo las reformas políticas imprescindibles.

-REFORMAS: división territorial en provincias (similar a la actual); liberalización de la industria, los transportes y el comercio (menos controlados por el Estado); libertad de imprenta (previa censura); renacimiento de la Milicia Nacional para defender el régimen.

II. (1835-1840) Ruptura con el Antiguo Régimen

Desde el gobierno se impulsa la ruptura definitiva con el Antiguo Régimen. Esta medida fue promovida por los ministros más progresistas.

-PRONUNCIAMIENTO MILITAR DE LA GRANJA DE SAN ILDEFONSO (1836). Mendizábal era un liberal exaltado que tuvo un importante papel durante el Trienio Liberal. Fue Ministro de Hacienda y presidente del Consejo de Ministros. Su destitución en el gobierno provoca un levantamiento militar que lleva a los progresistas al poder. La reina regente se ve obligada a reinstaurar la Constitución de 1812. El texto original fue modificado dando lugar a la Constitución de 1837, más moderada que la anterior. Se retomaron las desamortizaciones iniciadas en el Trienio Liberal. Promovidas por Mendizábal, la más importante de todas ellas fue la desamortización de las tierras del clero regular. Las desamortizaciones pretenden sanear la deuda pública, sufragar los gastos de la Primera Guerra Carlista, ganar el apoyo de los nuevos terratenientes y transformar la propiedad vinculada al Antiguo Régimen en nueva propiedad con un papel en el mercado. El régimen señorial también vuelve a ser abolido.

III. (1840-1843) Regencia del general Espartero

Los progresistas recurren otra vez a la insurrección armada para consolidarse frente a los liberales moderados. El general Espartero encabezó la rebelión y se hizo cargo de la regencia de la corona de Isabel II. Tras sus victorias en América y en la Primera Guerra Carlista el general Espartero es considerado un héroe popular. El general Espartero impone un régimen liberal y autoritario que cuenta con el fuerte respaldo del ejército, sobre todo del sector de que había combatido, como él, en las guerras americanas. El carácter autoritario de este gobierno termina encontrándose con la oposición de una parte de sus principales aliados: el ejército y los progresistas.

 
Continúa desarrollando las desamortizaciones de Mendizábal, encontrándose con la oposición de la Iglesia y el papa.

-ACUERDO DE LIBRE COMERCIO. Firma un acuerdo de libre comercio con el Reino Unido, lo que provoca la enemistad de:

Francia, donde estaba refugiada María Cristina y los militares moderados, ya que se concede prioridad al comercio con el Reino Unido.

Industria textil catalana, que pedía medidas de protección de sus productos y altos aranceles para los tejidos británicos. En Cataluña se suceden las revueltas urbanas, que están apoyadas tanto por los obreros como por los patronos. Para acabar con la revuelta, Espartero decide bombardear Barcelona. Espartero pierde gran parte de su popularidad.

Espartero se exilió al Reino Unido después de una insurrección civil y militar generalizada en todo el país y protagonizada por todos los elementos de la oposición.

B) MAYORÍA DE EDAD (1843-1868). Isabel II alcanza la mayoría de edad y desde ese momento tiene plenos poderes sobre la corona. Durante este período tienen lugar las reformas más importantes en la construcción del Estado liberal.

1. (1843-1853) La Década Moderada

El gobierno queda en manos de los moderados. Pensaban que ya se habían hecho todas las reformas necesarias y ahora se preocupan de conservarlas sin cambiar nada más. La estabilidad política y el orden serán más importantes que la libertad de los ciudadanos. Se trata de un liberalismo doctrinario, conservador y antidemocrático donde todo el poder se concentra en manos de una oligarquía (miembros de una misma clase social). Los progresistas y el pueblo fueron mantenidos al margen de la política. Las Cortes son suspendidas en varias ocasiones, se falsean los resultados electorales y se extiende la corrupción administrativa.

-CONSTITUCIÓN DE 1845. Refuerza los elementos conservadores de la Constitución de 1837 (que a su vez modificaba la Constitución de 1812).

Se toman medidas para controlar la Administración local y provincial desde el gobierno central: el gobierno elige a los alcaldes de las ciudades más importantes y el gobernador civil (representante del gobierno en las provincias) al resto de alcaldes. También desaparece la Milicia Nacional (considerada como un nido de progresistas y revolucionarios) y en su lugar aparece la Guardia Civil, nueva encargada de mantener el orden. Hay un acercamiento a la Iglesia Católica. Se suspenden las desamortizaciones y se firma el Concordato: una parte de los presupuestos del Estado se destinarán a pagar los gastos de la Iglesia Católica. El autoritarismo del régimen termina enfrentándolo con los carlistas (enemigo tradicional), los moderados de izquierda, los progresistas y el nuevo Partido Demócrata que aparece entre sus filas.

2. (1854-1856) Bienio Progresista

-MANIFIESTO DE MANZANARES. Los moderados de izquierda, liderados por el general O’Donnell protagonizaron una insurrección conocida como la Vicalvarada (por ocurrir en Vicálvaro, Madrid). Se proclama el Manifiesto de Manzanares donde se pide una reforma de la ley electoral y de imprenta, la descentralización del poder estatal y la restitución de la Milicia Nacional, entre otras reformas sociales que van más allá del liberalismo estricto. Contaron con el apoyo de los progresistas y la población civil, extendiendo la revuelta a otras poblaciones donde inmediatamente se organizaron Juntas Revolucionarias. Isabel II encarga al general Espartero, líder de los progresistas, la formación de un nuevo gobierno junto al general O’Donnell.

 Se llevan a cabo las siguientes reformas progresistas:

a. Se recuperan las leyes e instituciones liberales de años atrás: libertad de imprenta, ley electoral, gobierno local y milicia nacional.

b. Se elabora un proyecto de Constitución que nunca llegó a aplicarse: la Constitución de 1854, muy similar a la de 1837 pero que reafirmaba la soberanía nacional y ampliaba la lista de derechos individuales.

c. Culminación del proceso de desamortizaciones: desamortización general que afecta a las tierras eclesiásticas, municipales y estatales.

d. Reordenación económica basada en la consolidación de un mercado nacional. Se aprueba la Ley de Concesiones Ferroviarias y las leyes bancarias que van a dar lugar al actual Banco de España.

Durante todo el bienio se producen diferentes huelgas y motines obreros que culminarán en la huelga general de 1855. La Milicia Nacional apoyaba estos motines; será derrotada por el general O’Donnell. El lugar ocupado por los progresistas será ahora ocupado por los demócratas.

3. (1856-1868) La alternancia entre los moderados y la Unión Liberal

Este período se caracteriza por un liberalismo pragmático orientado a restaurar el orden. En el gobierno se suceden los moderados y la Unión Liberal (nuevo partido político de tendencia demócrata y progresista).

I. PROGRESO ECONÓMICO. El progreso económico es el principal objetivo de la política. Se incrementan las inversiones públicas y finalizan dos grandes proyectos: el tendido ferroviario, que comunica Madrid con otros puntos de España, y el Canal de Isabel II, encargado de abastecer de agua a Madrid.

II. POLÍTICA EXTERIOR DE PRESTIGIO. Busca la recuperación del prestigio internacional de España. Mantiene las buenas relaciones con Francia y Reino Unido. España interviene militarmente en Marruecos para defender Ceuta y Melilla, obteniendo también el territorio de Ifni al suroeste del país. 

III. POLÍTICA INTERIOR MODERADA. Basada en la Constitución de 1845. La alternancia de los distintos grupos liberales en el poder fue un fracaso por dos motivos: por un lado, los ministros son nombrados y destituidos dependiendo de su cercanía a la reina; por otro lado, se suceden las insurrecciones de los grupos progresistas marginados del poder, entre las que destacan la Noche de San Daniel (1865) y la sublevación de los sargentos del cuartel de San Gil (1866). Todas las fuerzas de oposición se unieron en el exilio bajo el Pacto de Ostende, al cual se adhieren los unionistas tras la muerte de los principales apoyos de la reina, Narváez y O’Donnell. Finalmente, la recesión económica de 1866-1868 aumentó el descontento que desemboca en la revolución que dará paso a la I República.
  
C. Conclusión

El enfrentamiento entre absolutistas y liberales que recorre Europa también estuvo presente en España, donde isabelinos y carlistas se disputan el poder a lo largo de gran parte del siglo XIX. El fin de este período supone la derrota definitiva del Antiguo Régimen y la consolidación del Estado liberal.