Existen muchas más cosas en la vida que las encerradas en cualquier credo particular, en cualquier filosofía, punto de vista, o lo que se quiera, y por tanto no habría que educarse para dormir día y noche en el ataúd de un conjunto particular de ideas. (Paul Feyerabend: "Diálogo sobre el método").
“La idea de que la ciencia puede, y debe, regirse según reglas fijas y universales, es a la vez irrealista y perniciosa. Es irrealista porque supone una visión demasiado simple del talento de los hombres y de las circunstancias que animan, o producen, su desarrollo. Y es perniciosa porque el intento de reforzar las reglas está condenado a incrementar nuestra cualificación profesional a expensas de nuestra humanidad. Además, semejante idea es perjudicial para la ciencia misma porque olvida las complejas condiciones físicas e históricas que influyen sobre el cambio científico. Convierte la ciencia en algo menos agradable y más dogmático (...)” (1) . Con este párrafo se abre el último capítulo del Tratado contra el método. En líneas generales, las reflexiones de Feyerabend acerca de la metodología de las investigaciones científicas quedan aquí reflejadas a modo de síntesis: el establecimiento de unas reglas fijas y pretendidamente válidas para cualquier contexto de investigación no se corresponde ni con la historia de los desarrollos científicos ni con las capacidades humanas de alcanzar el conocimiento; además, una metodología de este tipo acaba generando todo un cuerpo de especialistas cuya autoridad sobre la verdad y el conocimiento se impone al resto de la sociedad sin más criterio que el valor atribuido a su palabra. Contra esto, Feyerabend propone un único principio a la hora de abordar la investigación: cuando hacemos ciencia, todo vale (2).
Cuando nos ocupamos en la construcción de unas reglas metodológicas estables y válidas para todo contexto de investigación tenemos que pasar por alto toda una serie de factores que finalmente se acaban revelando como determinantes para el desarrollo de dichas investigaciones. Así, la complejidad de cada situación concreta es despreciada en nombre de una simplicidad artificial cuya única consecuencia es el alejamiento de la misma realidad que pretendemos investigar. El científico queda desprendido del contexto que le rodea y pasa a moverse dentro de un formalismo totalmente vacío y abstracto, convirtiendo su investigación en parte del camino constructor de un dogmatismo pseudorreligioso donde aparece como dios el propio método a seguir y el valor de verdad concedido a los resultados obtenidos mediante el cumplimiento de sus reglas. Un método de este tipo tan sólo supone, por lo tanto, una limitación innecesaria a la hora de llevar a cabo la investigación; se trata de una perversión de nuestras aptitudes cognitivas, un olvido de las potencialidades humanas que se encargan de establecer la relación entre los seres humanos y la realidad. Y, al mismo tiempo, se trata también de un olvido de esa misma realidad, la cual quedaría mutilada ante la rigidez de unos esquemas que para nada se corresponden con la pluralidad de posibilidades a la hora de establecer cierta comprensión del mundo. Actuar de este modo sería algo así como pintar un cuadro atendiendo sólo a las instrucciones de uso y secado de la pintura, sin mirar para nada el paisaje que pretendemos retratar. Se trata de una actitud tan indeseable como imposible: identificar los límites de nuestro conocimiento con los límites establecidos por la ciencia es una actitud basada en la creencia de que la ciencia es el único camino válido para alcanzar el conocimiento, y esta creencia tan sólo contribuye a limitar aún más nuestras capacidades de cognición y comprensión, pues apartamos a un lado, por considerarlo inválido para el conocimiento, todo aquello que no se ajusta a las prescripciones establecidas por la ciencia. El desprecio de todos aquellos tipos de conocimiento que quedan fuera del modelo científico forma parte de la perversión que la ciencia ha implantado en la realidad y en nuestras propias capacidades de acceder a ella.
Efectivamente, las metodologías científicas no tienen en cuenta todos aquellos factores acientíficos que influyen en la construcción del conocimiento humano, y mucho menos van a aceptar la importancia que tienen estos factores en el desarrollo de la propia ciencia. Pero lo cierto es que la lógica de la ciencia no forma una estructura completamente autónoma, sino que más bien convergen en ella toda una serie de factores históricos, sociológicos, psicológicos… e incluso subjetivos -y en ellos podemos incluir no sólo las preferencias teóricas del científico, sino también los factores familiares o económicos que lo predisponen a actuar de una u otra manera-, que condicionan el camino metodológico que marca la investigación (3). Ignorar esto es uno de los principales fallos atribuidos por Feyerabend a la metodología de las investigaciones científicas, ya que actuando de este modo estaríamos formulando unas premisas metodológicas que para nada tienen en cuenta el contexto dentro del que se mueve la investigación que vamos a llevar a cabo. Así, pronto descubrimos que la ciencia puede progresar -y de hecho ha progresado así a lo largo de su historia- gracias a toda una serie de factores que para nada relacionamos con el mundo de la ciencia. En este sentido, Feyerabend afirma que como “la ciencia no posee ningún método particular, llegamos a la conclusión de que la separación de ciencia y no ciencia no sólo es artificial, sino que va en perjuicio del avance del conocimiento. Si queremos comprender la naturaleza, si deseamos dominar nuestro contorno físico, entonces hemos de hacer uso de todas las ideas, de todos los métodos, y no de una pequeña selección de ellos” (4). En primer lugar, la distinción entre ciencia y no ciencia se presenta aquí como algo problemático, de modo que el intento de dar forma a un contexto exclusivamente científico, limpio por tanto de otros factores históricos y culturales, tan sólo puede ser arbitrario y artificial. Y en segundo lugar, la imposibilidad de encontrar un método fiable y rígido que guíe las investigaciones de los científicos se convierte aquí en firme rechazo, ya que un método de este tipo tan sólo puede conducir a la ciencia hacia un estrechamiento aun más pronunciado de sus límites y posibilidades. El único método viable para avanzar en el conocimiento y hacer progresar las ciencias es el que considera que todo sirve a la hora de desarrollar una investigación.
La crítica de Feyerabend contra las metodologías de las investigaciones científicas puede ser entendida como una negación de todo procedimiento reglado y metódico en la ciencia, o incluso como una imposibilidad de progreso científico. Pero lo cierto es que su crítica va más allá de esta simple negación. La intención de Feyerabend es bien distinta: “Mi intención no es abolir las reglas ni demostrar que no tienen valor alguno. Mi intención es más bien ampliar el inventario de reglas y proponer un uso distinto de las mismas” (5). Como podemos ver, se trata más bien de una actitud positiva, crítica y constructiva a la vez, y no de una simple destrucción de procedimientos. Feyerabend pretende ampliar el método científico convirtiéndolo en un prisma abierto ante cada nueva investigación, dejando a un lado la solidez de las reglas y poniendo en su lugar una mirada flexible hacia la realidad que se está investigando: los formalismos metodológicos pasan a considerarse como una peligrosa limitación para el trabajo del científico, y lo único que se hace imprescindible es cierto conocimiento del campo que estemos estudiando. Las reglas de la investigación no deben estar predeterminadas, obligando al científico a utilizarlas descontextualizadamente, sino que cualquier regla puede servir y cualquier teoría puede ser la adecuada: el científico debe aplicar todas aquellas reglas y recursos que la marcha de los acontecimientos le sugiera, sirviéndose para ello de todos los puntos de vista que sea necesario. Debe poder recurrir a todas las opiniones que tenga a mano e incluso inventar creatívamente nuevas opiniones y reglas siempre que éstas le puedan servir en la investigación que está realizando. De este modo, la invención de reglas ya no podrá considerarse al margen de cada investigación particular, sino que ambas se darán simultáneamente. Tal y como dice Feyerabend, “tales alternativas pueden tomarse de donde quiera que uno sea capaz de descubrirlas: de los mitos antiguos, y de los prejuicios modernos; de las elucubraciones de los expertos y de las fantasías de los chiflados” (6). Nada es rechazado de antemano, dejando la puerta abierta a la creatividad del investigador y a las oportunidades que brinde cada circunstancia particular (7): las reglas ya no son el molde con el que debemos dar forma a la investigación, sino que ahora tanto la investigación como las reglas van a quedar moldeadas por el contexto mismo de la investigación.
El principio todo sirve deja abierta la posibilidad de recurrir a todos aquellos procedimientos que se consideren válidos para hacer progresar la investigación. Y estos procedimientos no tienen por qué pertenecer exclusivamente al ámbito de la ciencia, no se trata sólo de compaginar diferentes teorías o reglas, sino que pueden ser recogidos de cualquier ámbito del conocimiento. Feyerabend lleva así sus planteamientos hasta el máximo extremo de la destrucción creativa de las metodologías científicas, afirmando que “la ciencia no es más que uno de los muchos mitos que existen, que no posee ninguna ventaja intrínseca, que tiene su lado bueno, pero también muchos inconvenientes, al igual que las ideologías alternativas (...), sus éxitos, que nadie niega, parecen impresionantes sólo porque hemos sido condicionados para considerarlos importantes, porque nunca se comparan con los éxitos de otros puntos de vista, y porque gran número de fracasos de la ciencia difícilmente llegan a los oídos del público en general” (8). Feyerabend sitúa así el paradigma científico al mismo nivel epistemológico que puedan tener los restantes paradigmas de conocimiento, ideologías o puntos de vista. Si nuestra pretensión es acceder cognitivamente al mundo, entonces no podemos despreciar toda la sabiduría contenida en las diferentes tradiciones que han intentado ese mismo acercamiento. “Toda la historia de una materia es utilizada en el intento por mejorar su más reciente y avanzado estadio” (9). “En todos los tiempos el hombre ha inspeccionado su contorno con los ojos bien abiertos y una inteligencia fecunda, en todos los tiempos ha hecho descubrimientos increíbles, y en todos los tiempos podemos aprender de sus ideas” (10). Todo puede servir, de modo que la frontera entre el mito y la ciencia, entre la tradición y los más recientes descubrimientos, se convierte en una puerta permanentemente abierta. La relación entre los distintos puntos de vista es completamente horizontal, y esto supone una importante ganancia para la construcción del conocimiento. Pero lo cierto es que solemos dar por supuesto que el conocimiento científico está por encima de otros tipos de conocimiento. La mayoría de las veces afirmamos esto sin haber analizado antes aquellas otras formas de conocimiento que situamos por debajo de la ciencia, sin haber profundizado en ellas aunque sólo sea para intentar probar su inferioridad: el prejuicio científico nos hace olvidar que es imposible discriminar entre dos o más cosas cuando sólo conocemos a una de ellas.
Nada hay en la ciencia, por tanto, que nos demuestre su superioridad epistemológica frente a otras áreas de conocimiento. Pero también es cierto que la educación que hemos recibido, así como la información que nos llega a través de los medios, nos condiciona para entenderla de esta manera: tan sólo se nos dan a conocer los resultados positivos obtenidos por la ciencia, mientras sus fracasos sólo son conocidos por algunos científicos; el resto de conocimientos marginales, al no estar considerados como científicos -por no comulgar con las doctrinas de la ciencia- ni tan siquiera son tenidos en cuenta. Así es como la ciencia se impone a las sociedades a costa del desprecio de las restantes opciones de conocimiento, sin preocuparse en elaborar razones que justifiquen su pretendida supremacía sino simplemente ignorando -y en muchos casos profundamente- todo aquello que es diferente y puede cuestionar sus principios. La ciencia se comporta de una manera dogmática, y este comportamiento la convierte en una tiranía a la que el dominio de la sociedad le acaba importando más que la búsqueda del conocimiento (11). Nuestras vidas quedan planificadas por la ciencia ya desde el momento mismo en que nacemos: la ciencia asiste a nuestro nacimiento, establece los horarios en que debemos ser alimentados, los períodos de vacunación... y más adelante nos imponen los programas de estudio que debemos seguir. Los especialistas “deciden qué hay que enseñar y qué no hay que enseñar en las escuelas; (...) proclaman con altivo desdén qué tradiciones antiguas, que ellos no han estudiado y que no comprenden, han de ser erradicadas sin pararse a pensar en la importancia que dichas tradiciones pueden tener para quienes deciden vivir de acuerdo con ellas” (12). El resultado de todo este proceso es una sociedad formada por autómatas incapaces de salir del mundo tecnocientífico en el que han sido educados. La ciencia ha entrado a formar parte de nuestras vidas de la peor manera posible: en lugar de hacernos partícipes de sus investigaciones y descubrimientos nos ha hecho depender de los mismos; nos ha convertido en siervos obedientes sin la más mínima capacidad de decisión. Y no sólo ha conseguido que contribuyamos al mantenimiento de su doctrina de la verdad, sino también que contribuyamos a engrandecer los negocios que están relacionados con ella. En el diario El Mundo con fecha 18/Octubre/2004 (13) podemos observar un claro ejemplo de esto que estoy diciendo. Este periódico dedicaba una página entera a hablar del plan Nueva Libertad, mediante el cual se pretende someter a la totalidad de la población estadounidense a pruebas psiquiátricas, así como a imponerle a todo aquel que lo necesite un tratamiento psiquiátrico obligatorio. La cobertura legal a este programa viene dada por la Orden Ejecutiva 13.263 del 29 de abril del 2002, que no fue sometida a trámite en el Congreso de los EEUU. Según podía leerse en este artículo, los niños menores de 5 años representan en EEUU el grupo de usuarios de antidepresivos de más rápido crecimiento, contándose por miles los niños en edad preescolar que ya están recibiendo este tratamiento. Una vez diagnosticada la depresión en el niño, los padres están legalmente obligados a suministrar a sus hijos la medicación prescrita por los especialistas, enfrentándose, en caso de negarse a hacerlo, a multas, penas de cárcel, e incluso la retirada de la custodia de los niños -tal y como ya ha ocurrido con algunos padres que han suspendido voluntariamente el tratamiento de sus hijos. Y esto se hace sin tener en cuenta los riesgos que podría suponer a medio o largo plazo -se han pasado por alto los recientes estudios llevados a cabo por el psiquiatra británico David Healy que ponen en relación el creciente índice de suicidios y el uso de antidepresivos. No han sido pocas las voces críticas que se han pronunciado en contra de este programa, acusando al gobierno de Washington de buscar con el mismo un aumento del control sobre los ciudadanos, que llegaría en este caso a absolutamente todas las esferas de la vida del individuo. Ahora bien, la noticia también recoge un dato que tiñe las cosas de un color, si cabe, todavía más siniestro: muchas de las personas que han trabajado en la Comisión Presidencial de Salud Mental Nueva Libertad, organismo encargado de desarrollar el programa, mantienen estrechas relaciones con la industria farmacéutica. Tal y como dicen los detractores del programa, de lo que se trata es de aumentar el número de consumidores de fármacos y asegurarlos para los años venideros. La relación entre ciencia, manipulación dogmática y factores acientíficos como condicionantes de las investigaciones científicas queda retratada a la perfección en este ejemplo reciente.
Feyerabend tiene muy claro que sólo hay una forma de escapar al control que ejerce la ciencia sobre los individuos de las sociedades occidentales: en primer lugar, habría que arrebatar a la ciencia el monopolio de la verdad, estableciendo una relación horizontal entre la ciencia y los restantes tipos de conocimiento; en segundo lugar, las investigaciones científicas dejarían de estar dirigidas desde supuestos exclusivamente científicos, de modo que la formación del conocimiento no sería ya una labor exclusiva de los profesionales de la ciencia y podrían concurrir en ella todos aquellos puntos de vista capaces de proporcionar una aportación positiva; y por último, los ciudadanos deberían de tener un acceso equitativo a todas las formas de conocimiento, tradiciones, teorías, ideologías... con el fin de poder elegir libremente entre aquellas formas de conocimiento con las que pudieran estar más de acuerdo o en las que pudieran encontrar mayor satisfacción. Creo que la siguiente cita de Feyerabend deja bastante claro este punto: “Una ciencia que insiste en poseer el único método correcto y los únicos resultados aceptables es ideología, y debe separarse del estado y, en particular, del proceso de la educación. Se la puede enseñar, pero sólo a aquellos que hayan decidido hacer suya esta superstición particular. Por otra parte, una ciencia que haya abandonado tales pretensiones totalitarias ya no es independiente ni autocomprensiva, y puede enseñarse según muchas combinaciones diferentes (el mito y la cosmología moderna podrían constituir una de tales combinaciones)” (14). Tal y como dice Feyerabend, la solución está en nuestras manos.
NOTAS:
(1) PAUL FEYERABEND: Tratado contra el método; Tecnos; Madrid, 1981; pág. 289.
(2) “(…) la idea de un método fijo, o la idea de una Teoría fija de la Racionalidad, descansa sobre una concepción excesivamente ingenua del hombre y de su contorno social. A quienes consideren el rico material que proporciona la Historia, y no intenten empobrecerlo para dar satisfacción a sus más bajos instintos y a su deseo de seguridad intelectual con el pretexto de claridad, precisión, “objetividad”, “verdad”, a esas personas les parecerá que sólo hay un principio que puede defenderse bajo cualquier circunstancia y en todas las etapas del desarrollo humano. Me refiero al principio todo sirve”; Ibídem; pág. 12.
(3) En este punto, Feyerabend se mueve desde una perspectiva similar a la mantenida por Imre Lakatos o Thomas Kuhn, en el sentido de que no podemos entender los movimientos de la ciencia como si ésta fuera un ente aislado de todo contexto histórico, político, social, económico y cultural.
(4) FEYERABEND: Tratado contra el método; pág. 301.
(5) PAUL FEYERABEND: ¿Por qué no Platón?; pág. 101; citado en PASCUAL MARTÍNEZ FREIRE: “Anarquismo metodológico: P.K.Feyerabend”, en WENCESLAO GONZÁLEZ (ed): Aspectos metodológicos de la investigación científica (págs. 147-156); Universidad Autónoma de Madrid-Universidad de Murcia; Murcia, 1990, pág. 152.
(6) FEYERABEND: Tratado contra el método; págs. 31-32.
(7) A esta actitud se refiere Feyerabend cuando habla de dadaísmo metodológico. Se trata de una espontaneidad creativa y sin límites, en clara referencia al movimiento artístico surgido en Europa en tiempos de la Primera Guerra Mundial. Este movimiento tiene un claro componente destructivo de todo el arte y la cultura anteriores a la guerra, y es convertido por Feyerabend en destrucción de las formas tradicionales de hacer ciencia. En ocasiones, Feyerabend habla también de anarquismo metodológico para referirse a esta manera de hacer ciencia. En todo caso, es importante señalar que esta actitud destructiva contiene también un componente creador de nuevas formas, de modo que destrucción y creación van a darse simultáneamente. Una frase del anarquista político Mijail Bakunin, que sirvió de eslogan para el movimiento dadaísta, resume claramente las intenciones de esta manera de proceder: la destrucción también es creación.
(8) PAUL FEYERABEND: "Diálogo sobre el método"; en FEYERABEND, RADNITZKY, STEGMÜLLER y otros: Estructura y desarrollo de la ciencia (págs. 147-213); Alianza Editorial; Madrid, 1984; págs. 182-183.
(9) FEYERABEND: Tratado contra el método; pág. 32.
(10) Ibídem; pág. 302.
(11) Aquí podríamos también mencionar la importancia que tienen los factores acientíficos a la hora de llevar a cabo las investigaciones científicas: la ciencia está desarrollada por científicos, y estos científicos cobran un sueldo por su trabajo; dependiendo del papel que jueguen en el entramado de la ciencia van a cobrar unas sumas de dinero más o menos elevadas. Pero si los científicos se aseguran de que la ciencia siga manteniendo el monopolio de la verdad, entonces también van a asegurarse de que seguirán cobrando por su trabajo. La ciencia nunca podrá ser una actividad desinteresada mientras que su desarrollo siga en manos de especialistas, cada uno de ellos con sus intereses particulares. La solución que propone Feyerabend sería construir una ciencia que quedara en manos de la sociedad civil, una ciencia humanista que permitiera a todo el mundo tener un acceso equitativo a los conocimientos científicos, de manera que fuera la propia sociedad, y no los especialistas, quien pudiera elegir entre aquellos conocimientos que considerase más válidos y acertados.
(12) FEYERABEND: Diálogo sobre el método; pág. 162.
(13) RITT GOLDSTEIN; diario El Mundo; 18 de Octubre del 2004; pàg. 24.
(14) FEYERABEND: Tratado contra el método; pág. 303.
BIBLIOGRAFÍA:
-PAUL FEYERABEND: Tratado contra el método; Edit. Tecnos; Madrid,1981.
-PAUL FEYERABEND: "Diálogo sobre el método"; en P.Feyerabend, G.Radnitzky, W.Stegmüller y otros: Estructura y desarrollo de la ciencia (págs. 147-213); Alianza Editorial; Madrid, 1984.
-ALAN F. CHALMERS: “La teoría anarquista del conocimiento de Feyerabend”; en ¿Qué es esa cosa llamada Ciencia? (págs. 187-202); Siglo XXI editores; Madrid, 1984.
-JOHN LOSSE: “El ataque a la ortodoxia” y ”Alternativas a la ortodoxia”; en Introducción histórica a la filosofía de la ciencia (págs. 199-231); Alianza Universidad; Madrid, 1981.
-PASCUAL MARTÍNEZ FREIRE: “Anarquismo metodológico: P.K.Feyerabend”; en Wenceslao González (ed): Aspectos metodológicos de la investigación científica (págs. 147-156); Universidad Autónoma de Madrid-Universidad de Murcia; Murcia, 1990.
3 comentarios:
Un artículo interesante, motivador y esclarecedor. Feyerabend siempre me ha sido difícil de entender, gracias por esta síntesis.
De nada, Santiago. Gracias a ti por leer el artículo y dejar un comentario. Feyerabend es uno de los autores que me inspira más lucidez y claridad de ideas, así que ha sido todo un placer hacer esta aproximación. Si te interesan las ideas de este autor, te recomiendo dos de sus lecturas que me parecen imprescindibles: "Tratado contra el método" y "La ciencia en una sociedad libre". ¡Un saludo!
gracias por esta entrada! fantástica síntesis!
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