En las obras de San Agustín encontramos una formulación completa del pensamiento cristiano. Entre sus obras más importantes podríamos citar las siguientes:
1) Confesiones. Obra autobiográfica donde San Agustín explica el camino que ha seguido hasta alcanzar el conocimiento de Dios.
2) Contra académicos. Obra donde combate el escepticismo y defiende la posibilidad de alcanzar un conocimiento verdadero y cierto.
3) La ciudad de Dios. Es la síntesis más completa del pensamiento filosófico, teológico y político de San Agustín.
4) La Trinidad. Principal obra dogmática donde desarrolla todo su pensamiento acerca del misterio de la Trinidad.
La ciudad de Dios es una obra escrita por San Agustín con el deseo de defender a los cristianos de las críticas de los paganos. La obra consta de 22 libros compuestos, a su vez, por varios capítulos cada uno. Los diez primeros libros versan contra los errores paganos. Los 12 restantes exponen los principios fundamentales de la fe cristiana. Para San Agustín, la fe y la razón, conjunta y solidariamente, tienen como misión comprender la verdad cristiana. La colaboración entre razón y fe es de la siguiente manera: la razón tiene un papel preparatorio, la fe ayuda e ilumina al hombre en la búsqueda de la verdad cristiana y la razón aclara y explica los contenidos de la fe.
El texto que comentamos corresponde a los capítulos 26 y 27 del libro XI de La ciudad de Dios. El capítulo 26, titulado "Imagen de la soberana Trinidad", habla del hombre como la criatura más perfecta de Dios por haberlo hecho a su imagen y semejanza. Esta semejanza se ve reflejada en la correspondencia existente entre las tres personas de la Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) y las tres facultades del alma humana (ser, conocer y amar). El capítulo 27 se titula "Esencia, ciencia y amor de una y otra" y trata del amor a la existencia que sienten todos los seres vivos y del amor al conocimiento que es propio de las personas.
San Agustín pertenece a la tradición filosófica platónica. La influencia más clara que toma de Platón es el dualismo filosófico, ontológico y antropológico, así como la dimensión utópica de la República, que se observa en la existencia de las dos ciudades (o dos realidades). San Agustín adapta las formas o Ideas platónicas: las Ideas o formas ya no están en el Mundo de las Ideas, como decía Platón, sino en la Mente de Dios, como dice ahora San Agustín. Las formas (o Ideas) habitan en Dios y todo cuanto existe ahora estaba antes en la mente de Dios. Mediante el ejemplarismo divino Dios ilumina al hombre para que pueda alcanzar su conocimiento.
La conciencia religiosa de los neoplatónicos no se satisfacía con el concepto de emanación. Para San Agustín, Dios creó el mundo de la nada pero él siempre había estado ahí, y se puede decir que es bueno porque lo creó él mediante un acto de bondad y generosidad. El mal no existe como forma, ya que no puede habitar en la mente de Dios, y tan sólo se entiende como una privación de bien.
San Agustín debate con los escépticos de la Academia Nueva (antigua Academia de Platón). Los escépticos decían que no es posible conocer con certeza verdad alguna y que para la vida práctica basta con la probabilidad. San Agustín afirma lo contrario: podemos conocer la verdad. El punto de partida para conocer la verdad es la autoconcienca: el conocimiento que tiene el alma de sí misma es un testimonio fiable y cierto acerca de nuestra propia existencia; el hombre puede alcanzar la verdad desde su interior. La autoconciencia se extiende a toda la trinidad humana: conozco que existo, conozco que conozco y conozco que amo.
El pensamiento de San Agustín marcará la Edad Media hasta el siglo XIII, donde Santo Tomás, a partir de la filosofía de Aristóteles, elabora la segunda gran corriente del pensamiento cristiano. Muchos de los principales dogmas de la Iglesia fueron planteados, discutidos o elaborados por San Agustín, cuyo pensamiento ha llegado a tener un peso enorme en todo el Cristianismo.
Más tarde, en el Renacimiento, habrá un interés renovado por el neoplatonismo agustiniano. Y al comienzo de la Edad Moderna, Descartes expondrá su filosofía a partir de la misma certeza que había planteado San Agustín: “cogito, ergo sum” (pienso, luego existo); es decir, la autoconciencia de uno mismo a partir del pensamiento es la base y el fundamento de cualquier otro conocimiento.
por Francisco García Morales
Profesor de Filosofía