Todo el sistema cartesiano reposa sobre la existencia de Dios: el criterio de evidencia encuentra su última garantía en Dios. Se podría dudar incluso de la misma evidencia; si las ideas claras y distintas son siempre verdaderas es porque Dios -que es un Dios bueno y veraz, y no un “genio engañador”- no ha podido dotar al hombre de una facultad de conocimiento que le induzca al error.
Las substancias se mantienen en la existencia gracias a una creación continua. El mundo se mueve gracias al primer impulso recibido de Dios (quien también conserva constante la cantidad de movimiento del mundo). Descartes demuestra la existencia de Dios basándose en la idea de ser perfecto. Esta prueba, la presenta en la “Tercera Meditación”. La principal diferencia respecto de las Cinco Vías es que éstas parten de la observación de la realidad. En el momento de la duda metódica en el que se incluye la prueba aún no ha demostrado si existen cosas distintas a su propio pensamiento. Sólo se conoce a si mismo y a sus ideas.
Comienza distinguiendo dos aspectos en las ideas:
Todas las ideas son en un sentido semejantes y en otro distintas: la idea de mesa es semejante y distinta a la idea de color, es semejante en la medida en que ambas son ideas, pero es distinta porque una representa una mesa, es decir, representa una substancia, y otra representa el color, es decir, representa una modificación; la realidad objetiva de cada idea es distinta; podemos hablar de unas ideas más perfectas que otras: la idea de ángel es más perfecta que la idea de libro, porque los ángeles son más perfectos que los libros.
Si nos preguntamos cuál de todas nuestras ideas es la más perfecta, cuál tiene más realidad objetiva, tendríamos que decir que la idea de Dios pues reúne las ideas de todas las perfecciones en las que podamos pensar; la idea de Dios es la idea del ser sumamente perfecto.
Introduce el principio metafísico de que la realidad que se encuentra en el efecto no puede ser superior a la realidad de la causa; Descartes hace un catálogo de las ideas que encuentra en sí mismo: unas representan a hombres, otras a animales, otras a ángeles. Cree que puede encontrar en sí mismo la perfección suficiente para dar cuenta de casi todas sus ideas. La idea de perfección absoluta no se puede explicar a partir de las facultades del propio sujeto, luego debe estar en nuestra mente porque un ser más perfecto que nosotros nos la ha puesto; debe se innata. Ese ser es Dios.
Muchos filósofos consideran que la idea de infinito proviene, por negación de los límites, de la idea de lo finito, Descartes invierte esta relación afirmando que la noción de finitud, de limitación, presupone la idea de infinitud.
Conclusión: “aunque yo tenga la idea de substancia en virtud de ser yo una substancia, no podría tener la idea de una substancia infinita, siendo yo finito, si no la hubiera puesto en mí una substancia que verdaderamente fuese infinita”, luego Dios existe.
En segundo lugar usa una prueba basada en la imperfección y dependencia de mi ser, pues soy un ser finito. Dios será en esta prueba causa de mí, no ya de la idea de él que en hay mí. La prueba recuerda la tercera vía de santo Tomás.
Soy consciente de mi imperfección, me doy cuenta de mi limitación precisamente por mi ignorancia, por el hecho de que dudo: si fuese absolutamente perfecto y la causa de mi propio ser, me habría creado sabio, no ignorante.
La contingencia de mi ser no se refiere sólo al hecho de que haya necesitado de otro ser para existir, tampoco puedo continuar viviendo sólo por mi mismo. En cualquier momento podría no existir: los distintos momentos de mi vida como ser pensante son independientes: los posteriores no pueden explicarse absolutamente a partir de los anteriores. Debo suponer que existe un ser distinto a mí mismo que sea la causa de que yo siga viviendo.
En conclusión, Dios es necesario para explicar nuestra creación y para explicar la conservación de nuestro ser.
La tercera prueba de la existencia de Dios es el argumento ontológico, parte de la idea de dios como la de un ser absolutamente perfecto.
Todo lo que conozco clara y distintamente como perteneciente a ese objeto, le pertenece realmente; sé, por ejemplo, que todas las propiedades que percibo clara y distintamente que pertenecen a un triángulo, le pertenecen realmente.
En la idea de Dios está comprendido el ser absolutamente perfecto; si investigamos con exactitud su naturaleza, Dios es la sustancia infinita. Descartes considera la existencia como una propiedad puesto que puede ser atribuida a una cosa (tesis con la que no estará de acuerdo Kant); así, la existencia posible es una perfección en la idea de un triángulo porque la hace más perfecta que las ideas de todas las quimeras que no pueden ser producidas. Pero la existencia necesaria es una perfección aún mayor.
El existir realmente hace de algo más perfecto que el existir solamente en el pensamiento o que la mera posibilidad de existir; la existencia necesaria y eterna está comprendida en la idea de un ser absolutamente perfecto; luego Dios existe.
En la idea de Dios está comprendida su existencia del mismo modo que en la idea del triángulo está el que la suma de los tres ángulos internos sea igual a dos rectos. Señala también que esto no ocurre con ninguna entidad distinta a Dios: en las ideas de las otras entidades encontramos contenida sólo la posibilidad de existencia, no su necesidad. En Dios –y sólo en Él– se encuentra en su naturaleza o esencia la existencia necesaria.
Descartes considera que la evidencia de esta prueba es la misma que la que tenemos de que dos es un número par, tres es un número impar y cosas semejantes. Considera que los prejuicios nos impiden reconocer la verdad de este argumento. En todos los seres distintos a Dios distinguimos la esencia de su existencia. Si atendemos sólo a las cosas sensibles nos acostumbramos a pensar en las cosas únicamente imaginándolas, por lo que acabamos considerando que si algo no es imaginable no es inteligible ni real, pero Dios y alma no se ofrecen a los sentidos ni de ellos cabe, propiamente, imaginación, aunque sí pensamiento.
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