El amor a la existencia es un impulso natural compartido por todos los seres. Todos tenemos la tendencia a seguir existiendo y huir de la no existencia. Si se nos ofreciera la posibilidad de elegir entre vivir eternamente siendo infelices o dejar de existir, escogeríamos la primera opción. Incluso los seres inertes tienden a permanecer siempre en el mismo estado.
El amor al conocimiento es propio y exclusivo de los seres humanos. Amamos conocer y odiamos ser engañados. Preferimos estar cuerdos e infelices antes que locos y felices, conocer y sufrir antes que ignorar y no sufrir. El resto de seres, aunque no pueden acceder a este tipo de conocimiento, también participan en el mismo a través de su naturaleza física: interactúan con la realidad, ya sea por medio de los sentidos o simplemente por su condición física, y pueden ser conocidos o contemplados por el ser humano.
Siguiendo la tradición platónica, San Agustín considera que la naturaleza humana se compone de cuerpo y alma. El alma es la parte superior, su naturaleza es espiritual y tiende a buscar la sabiduría. El único camino para alcanzarla está en la interiorización, la autorreflexión y la autoconciencia: sólo el conocimiento radical de uno mismo, a la luz de la razón y mediante iluminación divina, podrá llevarnos a las verdades eternas que hay en Dios. Este camino hacia la interiorización, o sentido del hombre interior, hace posible que tengamos la certeza de conocer y amar nuestra existencia.
por Francisco García Morales
Profesor de Filosofía
No hay comentarios:
Publicar un comentario